La educación lúdica es inherente al niño, adolescente, joven y adulto y aparece siempre como una forma transaccional con vistas a la adquisición de algún conocimiento, que se redefine en la elaboración permanente del pensamiento individual en continuo intercambio con el pensamiento colectivo
Educar lúdicamente tiene un significado profundo y está presente en todos los momentos de la vida: el juego es uno de los primeros lenguajes del ser humano. El niño pequeño deambula por su medio creando e inventando juegos, conectándose a través de expresiones lúdicas. A través del juego se van comunicando con el otro, con los otros y con el medio. A medida que va creciendo sus juegos se van complejizando y sus posibilidades de conocimiento se van ampliando. Así también lo expresa Hetzer (1978) al referirse al juego como contenido principal de la vida de los niños en determinadas etapas evolutivas:
"Para el jugador (y para el juego) todo es posible: cada cosa puede ser múltiples cosas. Para el niño, basta querer que sea y la cosa es lo que se desea. El juego es el reino de la imaginación, donde no hay imposibles. Todo es posible. Es el reconocimiento de la dimensión ilimitada del hombre y del mundo"[8].
El juego es hechizo, representación de lo Diferente, anticipación de lo que viene, negación de la realidad que pesa y en ese contexto es posible deducir, por lo tanto, una multiplicidad de transformaciones como resultado, transformaciones que enriquecen al niño y al hombre en general, transformaciones que se traducen en aprendizajes.
Por ejemplo, un niño que se entretiene con sus compañeros o con algún juguete, no está simplemente jugando, sino que está desarrollando innumerables funciones; en la misma forma una mamá que acaricia y se entretiene con el niño o un estudiante que sigue la carrera que le gusta se educa lúdicamente, ya que combina e integra la movilización de las relaciones funcionales con el placer de interiorizar el conocimiento y la expresión de felicidad que se manisfiesta en su interacción con sus semejantes[9]
La escuela actual, a través de sus educadores, no ha aprendido a confiar en el alumno. Ella entrega el conocimiento, impone el saber y lo cobra, con miedo de que los alumnos no lo dominen (exámenes y previas). En tal forma se priva al estudiante de la libertad de buscar nuevos conocimientos, de explorar caminos nuevos, encerrándolos en horarios rígidos y estudios severamente reglamentados.
Es necesario recuperar el sentido real de la palabra escuela como lugar de alegría, del placer intelectual, de la satisfacción; es también indispensable repensar la formación del profesor, con el ánimo de que reflexione cada vez sobre su función (conciencia histórica) y se haga cada vez más competente, no sólo en lo relacionado con el conocimiento teórico, sino en lo relativo a una práctica que se alimentará del deseo de aprender cada día más para poder transformar.
Para la aplicación adecuada y correcta de lo lúdico, el autor Paulo Nunes de Almeida[10] sugiere algunos pasos capaces de enriquecer la puesta en práctica de esta propuesta de cambio:
•"Conocer la naturaleza de lo lúdico, para no dejarse engañar por el juego falso o por el afán de estar a la moda. Conocer los objetivos más envolventes (la educación como un todo), las finalidades más específicas (concretizar el aprendizaje) y los medios que lo hagan posible y viable.
•Conocer con profundidad causas y efectos para eventuales respuestas u orientaciones.
•Conocer las formas apropiadas para su implementación, teniendo en cuenta: la adaptación en la escuela, la organización, la planeación, la ejecución y el análisis cualitativo".